Un día J. Ramón y Platero estaban en el prado y el poeta observó que su querido burrito cojeaba. Le cogió la pezuña y conprobó que tenía clavada una púa de naranjo. Sin dudarlo tiró de ella y se la saco luego se fueron al arroyo de los libios amarillos para que el agua le curara la herida.
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